El permafrost de Siberia lleva tiempo haciendo cosas raras. Primero fueron los enormes agujeros que aparecieron de la nada y después las inquietantes burbujas de metano bajo el suelo de la tundra. Pero donde los científicos tienen el ojo puesto es en el cráter de Batagaika, que no para de crecer.
Se calcula que crece una media de 10 metros al año, pero en los años más calurosos ha llegado a expandirse más de 30. Su crecimiento no muestra signos de desaceleración; es más, los científicos temen que su pared lateral alcance un valle vecino en los próximos meses y lleve al colapso de un terreno mucho mayor. Cada vez más profundo, el agujero ha dejado ya a la vista bosques enterrados hace 200.000 años, y se ha convertido en un entorno clave para estudiar los efectos del calentamiento global en Siberia.
El problema es que la última vez que Siberia sufrió un cambio parecido a este fue hace 10.000 años, cuando la Tierra apenas salía de su última edad de hielo. Hoy los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera son mucho más altos (400 partes por millón de CO2 frente a 280 partes por millón tras la última glaciación) y el calentamiento global, más acelerado.
Pero la cosa puede ponerse aún peor. A medida que el cráter de Batagaikase se vuelve más grande (y ya hemos visto que crece a un ritmo alarmante), quedan expuestas reservas de carbono que han estado encerradas durante miles de años. Carbono que las bacterias convierten en metano y acaba depositado en la atmósfera en un proceso que los científicos llaman retroalimentación positiva: el calentamiento acelera el calentamiento. Así que… sí, eso de “puerta al infierno” parece estar justificado.
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