Aunque no sean literales entradas al inframundo, el cráter en llamas de Turkmenistán, la cueva con gases tóxicos de Turquía o la boca del volcán Masaya bien merecen el sobrenombre
Faltan carteles que digan: «Siga en esta dirección para llegar a las puertas del Infierno». Podría ser lo lógico, pero no cuando existen en la realidad. Al menos, es lo que ocurre cuando se quiere llegar a la entrada al averno más espectacular que pueda encontrarse sobre la Tierra. Porque el pozo de Darvaza se ha ganado el apelativo por méritos propios: se trata de un cráter en llamas en medio de un desierto. Un «hoyo» de 69 metros de ancho y 30 de profundidad que arde, sin interrupción, desde hace más de 40 años en Turkmenistán.
El origen de este fenómeno sigue sin estar muy claro. La historia dice que fueron geólogos soviéticos, quienes recorrían el desierto en busca de gas, los que acabaron prendiéndole fuego al pozo. Su intención habría sido quemar las emisiones tóxicas después de que el suelo debajo de una plataforma de perforación cediera. Aquello fue en 1971 y aún hoy las llamas siguen vivas en el suelo y las paredes del cráter. Puede que lo que no calcularan los geólogos es que Turkmenistán contiene la sexta mayor reserva mundial de gas natural.
«La primera vez que ves el cráter parece algo salido de una película de ciencia ficción», decía George Kourounis para National Geographic, la primera persona conocida en bajar al cráter en 2013. «Tienes este vasto, extenso desierto con casi nada allí, y luego está este enorme pozo ardiente… El calor que viene de él es abrasador».
LA PUERTA HACIA LA MUERTE
No tan calurosa, pero al parecer igual de mortífera es la «puerta del Infierno» de Pamukkale (Turquía). Situada en Hierápolis, daba paso a la que se llamó la «cueva de Plutón» —el dios romano del inframundo—: todo el que cruzaba esas puertas moría. De hecho, hoy la puerta de la cueva está cerrada, por lo que para muchos turistas pasa desapercibida y ha sido durante siglos ignorada.
Sin embargo, lo que el geógrafo Estrabón (64 a.C.-24 d.C.) describió sobre este Plutoniun de Hierápolis lo comprobaron en 2012 un equipo de investigadores de la Universidad de Salento. Cuando los expertos trataban de reconstruir la ruta de un manantial termal de la ciudad, localizaron la puerta. Según relataron, durante la excavación vieron cómo varios pájaros morían asfixiados cuando trataban de acercarse a la entrada. La explicación está en que de la cueva emanan unos gases tóxicos provocados por la actividad tectónica de la zona.
Pero la confirmación de que en efecto se trataba de la famosa y antigua puerta del Infierno llegó de la mano del descubrimiento de un templo y una piscina frente a la ruina, similares a los descritos por las fuentes históricas, además de la columna con inscripciones dedicadas a los dioses del inframundo que tenía la cueva a su entrada.
VOLCANES, LOS GRANDES TEMIDOS
Otros lugares que se ganaron la consideración de puerta al infierno tienen una importante relación con los volcanes. Por ejemplo, en el volcán Masaya (Nicaragua), el cráter Santiago se ganó el apelativo en el siglo XVI. Entre los indígenas circulaba una leyenda que hablaba de la existencia de una bruja que pronosticó la llegada de los españoles. Cuando lo hicieron, la actividad y virulencia del volcán unido a la leyenda, hizo que los españoles lo consideraran una puerta al infierno. El fraile Francisco de Bobadilla ordenó instalar una cruz a orillas del cráter para expulsar a los demonios que habitasen en él.
También en Japón, el monte Osore es una conocida puerta al infierno debido a su peculiar geografía. La actividad volcánica de la zona impregna el aire de olor a azufre, rocas volcánicas y aguas amarillas burbujeantes. Según la tradición japonesa, es en este lugar donde las almas se detienen en su camino al inframundo. Y todo ello sin olvidar el volcán Hekla (Islandia), que desde la Edad Media era considerado también la puerta al Infierno y que es uno de los volcanes más conocidos del país del fuego y hielo por ser uno de los más activos.
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