Son de un color marrón parduzco, tienen un olor a huevo podrido que revuelve las tripas y amenazan con arruinar la temporada turística de las playas del Caribe.
Sin embargo, en esta última temporada, han llegado tantas algas que muchos turistas han decidido cancelar sus vacaciones y veranear en otra parte. El problema afecta tanto a República Dominicana en el norte, como a Barbados en el este y a las playas del caribe mexicano.
Tan preocupante es la situación que algunos funcionarios han pedido que se convoque una reunión de emergencia de las 15 naciones de la comunidad caribeña. ¿Pero de dónde vienen estas algas y por qué hay tantas?
Hay varias teorías, pero la principal apunta a que su crecimiento se desbordó por los nutrientes contaminantes generados por la actividad humana. Estos nutrientes, le explica a BBC Mundo Brian Lapointe, experto en sargazo de la Universidad Florida Atlantic, Estados Unidos, “están fertilizando a estas plantas: las hacen crecer más rápido y producir más biomasa”.
“Si miras un mapa verás que estas plantas circulan constantemente entre el Mar de los Sargazos (en el océano Atlántico), el Caribe, el Golfo de México y la corriente del Golfo. Cuando están a la altura del Golfo de México, pueden verse afectadas por las aguas que llegan desde el río Misisipi, que contienen grandes cantidades de nitrógeno de los fertilizantes”, explica el experto.
“Pero además, el derrame de petróleo en el Golfo de México en 2010 y los dispersantes que su usaron para limpiarlo, contribuyeron con más nutrientes”, añade Lapointe, quien recuerda que este problema se inició en 2011, tras el vertido de crudo de la plataforma Deep Water Horizon.
Otra de las teorías sostiene que las corrientes en el océano Atlántico están cambiando por el aumento de la temperatura de los mares. Y esto, sumado al aumento del CO2 en la atmósfera, “también puede estar jugando un papel (en el incremento del sargazo)”, dice Lapointe.
Los investigadores creen que las algas se originan en las áreas costeras y no en la zona del Atlántico conocida como el Mar de los Sargazos -una región de aguas cálidas de 3 millones de Km2 habitada por numerosas especies marinas. Allí, explica Lapointe, van a parar como resultado de las corrientes.
Buenas, pero no en demasía
Cuando la cantidad no es extrema, las algas no son dañinas. Constituyen el hábitat de más de 100 especies de peces y numerosos invertebrados. También albergan especies endémicas, es decir, exclusivas de estos ecosistemas marinos.
“Pero lo que estamos viendo aquí es un exceso de algo que normalmente es bueno”, señala Lapointe.
En el mar sostienen ecosistemas enteros, “pero cuando forman un manto grueso sobre la playa se pudren, apestan y pueden provocar mortalidad en tortugas marinas jóvenes, debido a que las hembras hacen sus nidos en la arena”, explica el científico.
“Las algas podridas liberan ácido sulfhídrico y se vuelven tóxicas”. También quitan el oxígeno del agua, crean zonas muertas, y se tornan nocivas”.
El exceso de sargazo no sólo pone en peligro a las economías y ecosistemas de la costa, sino que también plantean un riesgo para la salud. La acumulación de estas plantas putrefactas es un caldo de cultivo ideal para las pulgas de mar. E inhalar los vahos tóxicos que produce el sargazo no solo es desagradable sino que también puede ser perjudicial para la salud.
Investigación y protocolo
Deshacerse de tantas algas no es fácil. Texas, en EE.UU., fue el primer lugar en el que se acumularon cantidades excesivas de algas -hace unos 10 años- por su proximidad al río Misisipi.
“Ellos las pusieron detrás de las dunas. También se pueden enterrar bajo la arena para afianzar la playa, aunque al hacerlo hay que tener cuidado con las maquinarias, ya que en la arena puede haber especies en peligro como las tortugas marinas”.
Eso es lo que muchas comunidades locales están haciendo actualmente en el Caribe. Pero no existe un protocolo único y cada una resuelve el problema según su criterio y posibilidades. La mejor solución sería, obviamente, limitar el crecimiento desatado de estas algas.
“Hace falta invertir dinero para investigar y poner a prueba las hipótesis sobre el origen del problema. Tenemos que entender mejor el vínculo entre la oceanografía y la ecología de estos florecimientos. Solo así podremos encausar formas de controlar el nitrógeno en el origen”, concluye Lapointe.
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