Un grupo de astrónomos europeos acaba de anunciar el descubrimiento de un exoplaneta muy especial. Es mayor que Júpiter y probablemente será gaseoso, por lo que no se parece a la Tierra. Pero es su procedencia lo que llama la atención. De hecho, ese lejano mundo no se formó en nuestra galaxia, sino que entró en ella, junto con su estrella, hace unos 9.000 millones de años. El hallazgo se publica esta semana en Science.
“El descubrimiento es muy excitante -explica Rainer Klement, uno de los autores del estudio- Por primera vez, los astrónomos han detectado un sistema planetario en un grupo estelar de origen extragaláctico. A causa de las enormes distancias, aún no tenemos detecciones confirmadas de planetas en otras galaxias. Pero esta fusión cósmica ha puesto un planeta extragaláctico a nuestro alcance”.
Imaginemos la siguiente historia: hace 10.000 millones de años, había una pequeña galaxia muy cerca de la nuestra. Era mucho menor que la Vía Láctea, pero lo suficientemente grande como para tener varios miles de millones de estrellas en su interior. Entre todas sus compañeras, nuestra protagonista, la estrella HIP13004, había llevado, desde miles de millones de años atrás, una existencia completamente normal. El astro brillaba desde tiempos inmemoriales, iluminando a su cohorte de planetas, y estaba llegando a su madurez.
Pero hace 9.000 millones de años todo cambió. Y es que la Vía Láctea, nuestra galaxia, empezó a devorar a su pequeña compañera, el “hogar de HIP13004, deshaciéndola literalmente y “robándole” todas sus estrellas. Hoy, los restos de aquél acto de antiguo canibalismo galáctico aún son visibles en nuestro cielo.
En efecto, HIP13004 y muchas de sus compañeras forma parte de un grupo de estrellas, a 2.000 años luz de distancia, que los astrónomos conocen como la “corriente Helmi”. Todas ellas, aunque en la actualidad están dentro de la Vía Láctea, proceden de aquella antigua y desaparecida galaxia vecina.
El canibalismo galáctico no es un fenómeno aislado. Sabemos que, durante su larga historia, la Vía Láctea ha devorado a cuantas galaxias menores ha ido encontrando en su camino. Y sabemos también que en la actualidad ese proceso de canibalismo está sucediendo en otras galaxias, tal y como demuestran las numerosas (y espectaculares) imágenes obtenidas por telescopios, entre ellos el Hubble.
Ni siquiera la Vía Láctea, nuestro hogar en el espacio, se librará de un destino parecido. En un futuro lejano, en efecto, nuestra propia galaxia chocará y se fundirá con Andrómeda, otro gigante de sus mismas dimensiones y que hoy es la vecina más próxima de la Vía Láctea, a dos millones de años luz de distancia.
Pero vayamos al planeta. Alrededor de HIP13004 los astrónomos han encontrado un mundo, que han bautizado como HIP13044b. Se trata de un planeta grande, con un tamaño por lo menos de 1,25 veces el de Júpiter y, al igual que su estrella, tampoco se ha formado en la Vía Láctea. De hecho, se trata del primer planeta extragaláctico detectado hasta ahora. Llegó hasta nuestra galaxia acompañando a su estrella cuando su propio “hogar” espacial fue devorado por la Vía Láctea.
Por si fuera poco, además del “secuestro” de su estrella, ese desdichado mundo ha tenido que soportar otra hecatombe. Y es que su estrella madre, ampliamente superado el ecuador de su existencia, ya ha atravesado la turbulenta fase de expansión por la que pasan todas las estrellas que han agotado su combustible principal, el hidrógeno. En esos momentos, las estrellas se convierten en gigantes rojas y crecen hasta alcanzar varias veces su tamaño original, tragándose a menudo sus sistemas planetarios al completo. Nuestro propio Sol también hará lo mismo dentro de unos 5.000 millones de años.
Cuando el hidrógeno se acaba, el horno nuclear del centro de las estrellas se apaga temporalmente por falta de combustible. Sin la energía explosiva del horno estelar, la gravedad, que intenta comprimir la masa de la estrella, la aplasta sin remedio, comprimiéndola sin contemplaciones.
Sin embargo, un gas que se comprime también se calienta, y de esa forma, a medida que la gravedad aprieta, la temperatura de la estrella también va creciendo, hasta alcanzar la que es necesaria para la combustión nuclear de otros gases que son residuos del hidrógeno ya quemado. Cuando eso sucede, el horno nuclear de la estrella se enciende de nuevo, de repente, y la estrella entera “rebota”, hinchándose como un ardiente globo hasta alcanzar varias veces su tamaño original.
Un momento, por cierto, nada conveniente para los eventuales planetas en órbita, que con toda probabilidad acabarán absorbidos por la propia estrella. Se ha calculado, por ejemplo, que cuando el Sol entre en esa fase de súbita expansión, su perímetro crecerá hasta alcanzar la órbita de Venus, que es el segundo planeta de nuestro sistema. Cuando eso suceda, Mercurio y Venus serán vaporizados y, literalmente, tragados por el Sol. Y la Tierra, si no ha sufrido el mismo destino, estará tan cerca del astro rey que la vida será imposible sobre su superficie.
HIP130044 está, hoy, muy cerca de su estrella. En su punto más cercano, se encuentra sólo a menos de un diámetro estelar de distancia (o a 0,055 veces la distancia de la Tierra al Sol, que es de 150 millones de km), y realiza una órbita completa en sólo 16,2 días. Los autores creen que la estrella ha absorbido a sus eventuales planetas internos y que, antes de convertirse en una gigante roja, la órbita del mundo recién descubierto debió de ser mucho mayor.
Por eso, el estudio de HIP13044b resulta importante. Porque puede enseñarnos mucho sobre el destino final de nuestro Sistema Solar cuando el Sol agote su combustible y pase por el proceso anteriormente descrito. Según los investigadores, el hallazgo puede cuestionar nuestra actual comprensión sobre el proceso de formación y supervivencia de los planetas. Y es que, sencillamente, el recién descubierto HIP13044b no debería estar allí.
“Este descubrimiento -asegura Johny Setiawan, que ha dirigido la investigación- es parte de un estudio más amplio en el que buscamos sistemáticamente exoplanetas en órbita de estrellas cercanas al final de su existencia. Y este hallazgo es particularmente intrigante si consideramos el futuro distande de nuestro propio sistema solar, cuando el Sol, como se espera, se convierta en una gigante roja en cerca de 5.000 millones de años”.
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