El 26 de abril de 1986 reventó el recubrimiento del cuarto reactor de la central atómica de Chernóbil, causando el accidente más grave en la historia de la industria nuclear civil. Han pasado tres décadas, pero todavía no se conocen en profundidad las secuelas. Sigue la controversia en torno al número real de personas afectadas y la fuerte contaminación presente en el suelo mantiene la zona prácticamente cerrada, aunque no totalmente. Allí vive un puñado de ancianos que no pudieron encontrar un lugar mejor.
Aún no se ha conseguido la suma necesaria para un nuevo sarcófago que aísle con mayor hermetismo el reactor siniestrado, circunstancia que preocupa a especialistas y ecólogos porque amenaza con provocar la fuga de las sustancias radiactivas que se encuentran en su interior.
El viejo recubrimiento se construyó deprisa y corriendo en los días posteriores a la catástrofe y el nuevo, que empezó a ser levantado en 2010, está todavía sin terminar. Tendrá un coste previsto de más de 2.000 millones de euros y en su financiación participan la Unión Europea, Estados Unidos y distintos organismos internacionales. Sin embargo, faltan todavía aportaciones para cerrar la cifra, cuestión que se tratará el lunes en la conferencia de donantes que se reunirá en Kiev.
La catástrofe se desencadenó a la una y 23 minutos de la madrugada del día 26 de abril. En menos de un minuto, dos explosiones se sucedieron con un intervalo de escasos segundos. El edificio que albergaba el reactor quedó derruido, se declaró un voraz incendio y el material radiactivo empezó a escapar a la atmósfera.
Víctor Zajárchenko, de 74 años, era entonces el jefe de la unidad de bomberos enviada a apagar las llamas. «No era la primera vez que teníamos que extinguir un fuego en la central, pero lo que no pude imaginar es que esa vez se trataba del propio reactor», comentaba la semana pasada en Kiev tras recibir una nueva condecoración. «En lugar de los 15 días que duraba cada turno estuve 45 en Chernóbil», aseguró.
Zajárchenko no quiere hablar de sus enfermedades y evita pronunciar la palabra cáncer, pero ha tenido que pasar por varias intervenciones quirúrgicas, la última en la sección de neurocirugía de uno de los hospitales de la capital ucraniana. La primera operación que le practicaron fue en las glándulas tiroides.
El accidente tuvo su origen en un experimento con el que se pretendía comprobar si, en el caso de un corte total del fluido eléctrico, la inercia de la turbina del generador principal podría ser suficiente para alimentar los sistemas de seguridad, control y refrigeración del reactor hasta la puesta en funcionamiento de los generadores de emergencia.
Pero una caída repentina del nivel de potencia, por razones hasta hoy no del todo esclarecidas, hizo que el reactor se desbocase. La potencia osciló bruscamente en un primer momento y después se disparó. La falta de refrigeración agravó el problema e hizo que la temperatura en el núcleo del reactor empezara a elevarse. El jefe de turno apretó el botón de parada del reactor, pero las barras de grafito que sirven para moderar la reacción en cadena se quedaron bloqueadas. fue entonces cuando se produjeron las explosiones.
Los habitantes de la ciudad de Prípiat, situada a poco más de dos kilómetros al norte de la planta atómica, fueron los primeros en enterarse que algo grave había sucedido. Allí precisamente vivían los trabajadores de la central nuclear de Chernóbil y en la oscuridad de la noche pudieron ver perfectamente el resplandor del incendio. El reactor había empezado a escupir a la atmósfera abundante material radiactivo. La dirección comunista trató de fingir normalidad y ocultar lo sucedido.
De ahí que la decisión de evacuar Prípiat no se adoptase hasta el mediodía del día 27. En ese momento, la gente llevaba ya expuesta a la radiación casi 36 horas. Hacia las dos de la tarde, llegaron tres trenes de pasajeros y más de 1.200 autocares. Los casi 50.000 habitantes fueron desalojados en poco más de tres horas, portando consigo sólo lo que llevaban puesto. La fuga radiactiva no pudo ser detenida hasta diez días después.
La zona contaminada se extiende a través de 150.000 kilómetros cuadrados e incluye unos 200 centros de población, entre ellos el pueblecito de Chernóbil, enclavado a 12 kilómetros al sureste de la central y del que ésta tomó el nombre. De toda el área tuvieron que ser evacuadas casi 120.000 personas en los días siguientes. Pero lo cierto es que en los territorios contaminados hay hoy día cinco millones de habitantes. El mayor impacto radiactivo se lo llevó la vecina Bielorrusia y la región rusa de Briansk. La nube tóxica llegó también a una gran parte de Europa. Suecia fue la primera en dar la voz de alarma, dos días después del accidente.
Los más de 600.000 «liquidadores» (bomberos, operarios, militares y voluntarios) que hicieron frente a la catástrofe sin apenas protección malviven hoy día aquejados por distintas enfermedades y olvidados por las autoridades, salvo cuando se celebran actos públicos en recuerdo de la tragedia.
Por otro lado, continúa la controversia en torno a las secuelas del accidente. No hay unanimidad sobre las cifras de afectados ni sobre la tipología de las enfermedades ligadas directamente al escape radiactivo ni tampoco sobre la magnitud del daño causado al medio ambiente.
Iván Shamiánok, de 90 años de edad, es uno de los pocos ancianos que todavía viven en la zona cerrada en torno a la central y su salud aguanta. «El secreto de la longevidad está en vivir en el lugar en donde uno nació y creció», asegura.
La ONU hace tiempo que estableció el número de muertes directamente ligadas al escape de Chernóbil en poco más de medio centenar. Sin embargo, la Unión Chernóbil, asociación creada por los «liquidadores» habla de “decenas de miles” mientras que Greenpeace afirma en que la cantidad total de muertos por el accidente es superior a los 200.000, incluyendo a los habitantes de las zonas afectadas. Según fuentes oficiales, el número de discapacitados rondaría los 35.000, en Ucrania, Rusia y Bielorrusia, dato con el que tampoco están de acuerdo las ONG.
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