Está amenazando una valiosa fuente de alimentos para aves y peces, con un importante papel en el ciclo oceánico del carbono, que perjudica la alimentación del ser humano
La conchas de los caracoles marinos vivos que circundan la Antártica están siendo disueltas por la acidificación del Océano Austral a unos 200 metros de profundidad y al ritmo actual de niveles de dióxido de carbono, en los próximos 40 años se espera que este efecto llegue a la superficie, informó el 25 de noviembre la British Antartic Survey, perteneciente al Consejo de Investigaciones del Ambiente.
Esta acidificación está amenazando una valiosa fuente de alimentos para las aves y peces, la cual tiene un importante papel en el ciclo oceánico del carbono, que afecta finalmente a la alimentación del ser humano, destaca el reporte del estudio.
“La acidificación del océano, como resultado de la adición de dióxido de carbono de origen humano, contribuyó a esta disolución", informó el autor principal, el Dr. Nina Bednaršek, ex miembro de la British Antarctic Survey (BAS) y la Universidad de East Anglia (UEA), y ahora de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA).
La doctora Bednaršek junto a un equipo internacional de estudio, explican en su informe, que el nivel de disolución de las conchas de la familia de pteróptedos, especie que vive en el Océano Austral, alcanzó un nivel grave, de acuerdo a las muestras tomadas por el crucero de ciencia que viajó a la Antártica el año 2008.
Esta acidificación está amenazando una valiosa fuente de alimentos para aves y peces, con un importante papel en el ciclo oceánico del carbono, que afecta finalmente la alimentación del ser humano
El equipo viajó dicho año para tomar muestras en un área del mar donde los vientos hacen que el agua fría desde el fondo sea empujada a la superficie, llamada ‘área de surgencia’. El agua que asciende es generalmente más corrosiva, sin embargo, se descubrió que a este efecto natural del fondo se le sumó la actual acidificación del océano.
"Sabemos que el agua de mar se hace más corrosiva para las conchas de aragonita por debajo de una cierta profundidad, llamado el ‘horizonte de saturación’ que se produce en torno a 1000 metros de profundidad. Sin embargo, en uno de nuestros sitios de muestreo, descubrimos que en este punto se llegó a una profundidad de 200 metros, a través de una combinación de una ‘surgencia’ natural y la acidificación de los océanos”, señala la doctora Bednaršek.
El efecto fue nocivo para los caracoles marinos llamados pterópodos, que viven en esta capa superior del océano, señala la científica, ya que “se detectó que las propiedades corrosivas del agua causaron que las conchas de los animales vivos sean severamente disueltas, lo que demuestra cómo los pterópodos son vulnerables”, concluye.
El Dr. Geraint Tarling, coautor del estudio, afirmó que estos casos donde el ‘horizonte de saturación’ se eleva a 200 metros se harán más frecuentes mientras se intensifica la acidificación de los océanos.
Los pteróptodos son una fuente importante de alimento para peces y aves, así como un buen indicador de la salud del ecosistema. Los caracoles pequeños no necesariamente mueren como resultado de sus conchas solubles, sin embargo, “puede aumentar su vulnerabilidad a la depredación y la infección, por consiguiente, tener un impacto en otras partes de la cadena alimentaria", destaca el Dr. Tarling.
Para el científico de la Universidad del Este de Anglia, el Dr. Jeremie Bakker, la situación no es muy optimista.
“Los modelos climáticos proyectan una constante intensificación de los vientos del Océano Austral durante todo el siglo 21 si el dióxido de carbono en la atmósfera sigue aumentando”, afirma.
Bakker estima al igual que sus colegas, que esta intensificación de los vientos hará que las aguas profundas surjan más frecuentemente hacia niveles superiores y penetren zonas que no estaban saturadas.
“Las predicciones actuales son para el "horizonte de saturación" de aragonito que llegará a las capas superficiales superiores del Océano Austral en el invierno de 2050 y durante el año, en 2100", concluye Bakker.
Esta investigación fue financiada por el Consejo de Investigaciones ambientales del Reino Unido y la Unión Europea Marie Curie Early Stage Training Network. Contó con la participación de los investigadores del British Antarctic Survey y la Universidad de East Anglia, en colaboración con la Institución Oceanográfica Woods Hole EE.UU. y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA).
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