El más poderoso acelerador de partículas en la Tierra ha estado dormido durante los últimos dos años. Pronto, en marzo, volverá a despertar para su segunda etapa de actividad.
Desde el cierre a principios de 2013, el LHC y sus detectores han sido sometidos a una multitud de mejoras y reparaciones. Cuando el acelerador de partículas se reinicie, colisionará protones a una energía sin precedentes: 13.000.000.000.000 electronvoltios. Los expertos aseguran que con las nuevas características del detector se podrían encontrar partículas aún más interesantes que el Bosón de Higgs, hallado en 2012. Concretamente, el CERN ha apuntado que estas energías darán a los científicos de los experimentos ATLAS, CMS, ALICE y LHCb el acceso a un reino de la física que antes era inaccesible.
Y una vez más, como ya ocurrió en su inauguración, los más alarmistas han puesto el grito en el cielo. Sin importar la experiencia previa, en la que, lógicamente, no ocurrió nada, los contrarios al proyecto, reunidos en un grupo internacional denominado ConCERNed, presentaron una queja frente al Comité de Derechos Humanos de Las Naciones Unidas en Ginebra denunciando los riesgos y peligros que suponía el colisionador para la población. Creen que puede originar un agujero negro que engulla todo lo que encuentre a su alrededor.
El ingenio se inauguró en septiembre del año pasado ante una gran expectación general y la inquietud de un sector, quizás poco informado, que temía que las colisiones de partículas a alta energía provocaran un agujero negro que terminara con el planeta.
En vez de una hecatombe mundial, lo que ocurrió fue mucho menos peligroso, aunque sí bastante decepcionante: un primer haz de protones consiguió dar la vuelta completa por el gigantesco túnel. Esas fueron las buenas noticias. Diez días después, la máquina se fue al garete a causa de una fuga de helio y un cortocircuito y el importante ensayo se quedó en una mera intentona.
Científicos apocalípticos
Los agoreros recurrieron en 2009 a la ONU para que paralizara la investigación. El grupo acusaba a los miembros del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), especialmente a Suiza, Francia y Alemania, de los que depende la máquina, de poner en riesgo la seguridad de los ciudadanos.
Según decía el comunicado, «conocidos críticos y expertos, basándose en el trabajo de especialistas en agujeros negros, rayos cósmicos y física de partículas, han demostrado claramente los peligros concretos derivados del experimento». Entre los científicos apocalípticos más conocidos con los que esta organización tiene contacto se encuentran el alemán Otto Rossler, experto en la teoría matemática del caos, el norteamericano Walter Wagner y el español Luis Sancho.
En su día aseguraron que el acelerador tenía «el 75% de posibilidades de acabar con la vida en la Tierra». Los dos últimos incluso realizaron una demanda que fue aceptada por un juez de Hawaii. Un lío tremendo.
Responsables del CERN y numerosos científicos de gran prestigio han reiterado que, por supuesto, el LHC no va a provocar ningún fin del mundo, ni muchísimo menos, porque la cantidad de materia oscura que utiliza es ínfima. En este sentido, se han realizado varios y extensos informes de seguridad en los que han participado algunos de los mejores físicos del mundo. Sus conclusiones son inequívocas: cualquier rayo cósmico de los que alcanzan continuamente la Tierra procedentes del espacio exterior tienen cientos de miles de veces más energía que la que se producirá en el interior del colisionador.
Pese a todo, el LHC comenzará a funcionar a baja energía para luego aumentar progresivamente la potencia. Y una de las partículas que más esperan los investigadores del centro suizo es la llamada supersimétrica. Y el primer candidato es el gluino. Su detección podría dar nuevas pistas sobre la materia oscura. “Podría ocurrir este año. En el verano será difícil, pero quizá a fines del verano si tenemos mucha suerte”, ha explicado Beate Heinemann, portavoz del experimento Atlas, a la revista ‘Symmetry’. Veremos entonces qué ocurre.
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