La máscara del «doctor de la peste» tiene su origen en una epidemia del siglo XIV que acabó con un tercio de los europeos. Se atribuyó la peste a conjunciones planetarias, cometas o erupciones volcánicas, considerados fenómenos sobrenaturales.

El punto de partida de la epidemia fue la península de Crimea –a orillas del mar Negro-. En 1346 la ciudad de Caffa, en aquel momento una colonia genovesa, se encontraba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se manifestó inicialmente la enfermedad. Fueron los mongoles los que extendieron el contagio a los sitiados al catapultar sus muertos al interior de los muros. Esto propició que la peste se propagará rápidamente primero por toda la colonia y luego hasta Italia, cuando los genoveses emprendieron el viaje de regreso. Desde Génova la epidemia se extendió como la pólvora por el resto de Europa. Se llamó “peste negra” porque una de sus manifestaciones más características era la presencia de bubones, unas lesiones cutáneas que adoptaban una coloración negro-azulada.
Circularon curiosas explicaciones sobre su origen: corrupción del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, fenómenos astronómicos (conjunción de determinados planetas, paso de cometas…) y fenómenos geológicos (erupciones volcánicas o movimientos sísmicos). Todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales achacables a la cólera divina, era el castigo por los pecados cometidos por la humanidad. Actualmente sabemos que la enfermedad está provocada por una bacteria (Yersinia pestis) que afecta a la rata negra y que se transmite mediante la picadura de las pulgas, que actúan como parásitos de estos roedores.
Los doctores de la Peste

La famosa máscara de “Il dottore della peste” que aparece en carnavales de todas las latitudes. Además, los médicos llevaban guantes, calzado y sombrero confeccionado con piel de cabra. En la mano derecha sujetaban una vara, con la que examinaban al paciente desde una distancia prudente, para evitar el riesgo de contagio.
Simultáneamente, se iniciaron medidas de aislamiento para evitar la propagación de la enfermedad, siendo las autoridades de la ciudad francesa de Marsella las primeras en adoptarlas. Se estableció que todo barco que llegase a su puerto con un enfermo o con una persona sospechosa de padecer la enfermedad debería permanecer a bordo durante un periodo de treinta días, antes de bajar a tierra. Los venecianos prolongaron este periodo a cuarenta días, lo cual dio origen al término “cuarentena”, que aún seguimos utilizando para referirnos al periodo de observación al que se debe someter a una persona para detectar la existencia de signos o síntomas de una enfermedad infecciosa.
(Fuente: abc.es)
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